Hay un día para todo. Hay un
día para apuntarse a un gimnasio y un día para empezar una
colección de dedales de plata, de figuritas de Star Wars o de
miniteteras de porcelana. Hay un día del medio ambiente, un día del
niño, un día del árbol o del agua. El sábado se celebró el día
del minibasket. En el día del minibasket, como su propio nombre
indica, celebramos que unos padres que esperan alargar una mañana de
sábado en la cama por el parón liguero, logran sobreponerse a su
molicie y acompañan
candorosamente a
sus hijos a pasar una jornada de baloncesto allí donde sea requerida
su presencia.
La jornada, organizada por la
Federación de Baloncesto, se desarrolló en el Pabellón Príncipe
Felipe. Nuestro equipo fue emplazado a las diez y media en la pista B
y, siguiendo con la tradición iconoclasta que hemos empezado esta
temporada, tras enfrentarnos a la Sagrada Familia lo hacíamos ahora
con otro integrante del santoral, Santa Isabel.
El partido comenzó con la
buena noticia de la incorporación de nuestra compañera Zoe
totalmente desesguinzada y con el codo recuperado, como así demostró
durante el partido. Pero al poco de comenzar, un nuevo lesionado iba
a ocupar nuestra lista de bajas. Lucas, que en ese momento se estaba
echando el equipo a la espalda, se echó también un rival al
tobillo. Fue demasiado peso para el más Marín de los gascones, que
abandonó la cancha como le hubiera gustado a alguno, con un puñado
de hielo y la esperanza de levantar una copa a su vuelta. Cuando
volví a verle, afortunadamente restablecido, tuve ocasión de
comprobar hasta qué punto este equipo está adquiriendo la categoría
que merece, y es que al preguntar a su padre si le había tratado el
personal de la Cruz Roja que menudeaba por las instalaciones me
aseguró que nada de eso, que a Lucas le habían tratado los médicos
del Príncipe Felipe (atribuyo la degradación de escalafón
monárquico al estrés que, como padre, había sufrido tras la
lesión). Como no podía ser de otra manera, atendido por galenos de
tan regia categoría, nuestro compañero no tardó en restablecerse
por completo de su lesión y por la tarde ya corría como un potrillo
mientras un grupo de padres, interesados en el mundo del baloncesto,
entre bebidas energéticas desmenuzábamos jugadas y posibles
estrategias.
En cualquier caso, y a pesar
de la ausencia de nuestro jugador, el partido era ya a esas alturas
un monólogo gascomarino, una simulación de victoria en diferido que
el marcador del primer tiempo dejaba claro: 22 a 2. A pesar de que
los isabelinos no dejaron de pelear en ningún momento, el desenlace
parecía claro. Fruto de ese tesón el segundo tiempo registró
alguna canasta más por parte de nuestros rivales y una menor
progresión por la nuestra, y a pesar de que pudimos ver varias
acciones de mérito el tanteo fue algo menor, finalizando el partido
con un 36 a 8 a nuestro favor.
Con la victoria en el
bolsillo, los alevines gascomarinos fueron requeridos inmediatamente
para plasmar sus hazañas por los fotógrafos del Heraldo que, ya que
tenían carrete, aprovecharon para sacar fotos a los demás equipos.
Una estrategia, la de usar la imagen de nuestro equipo, que produjo,
como no podía ser de otra manera, un incremento notable en sus
ventas del lunes.
Posteriormente se procedió a
la entrega de los regalos que los patrocinadores tenían reservados
para los participantes. Nuestros alevines
dieron buena
cuenta de ellos una vez fuera del pabellón. Un refresco y unos
frutos secos con chocolate, cortesía de los mecenas del evento que
alguno, debido a lo avanzado de la mañana, aventuró que bien
podrían haber sido la Unión Jamonera de Teruel o las Pastelerías
Ventura Gómez e Hijos. También fue entregado un bonito diploma,
éste no comestible, que reconocía sus méritos deportivos y que
intentaremos que haga juego con el que nos declare ganadores de la
liga.
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